A las dos nos juntó el azar; a fuerza de vernos todos los días

















Alter Ego
Cuento

Marianela Medrano 

De repente recuerdo que prometí visitarte pero, en lugar de ir hacia ti sigo el camino del parque. Es una de esas tardes en que mis nervios no aguantan más el peso del día y parece que voy a estallar.

Nuestra relación se ha venido fortaleciendo con los años, envolviéndome en las redes de tus brazos, con esa paciencia enorme que tienes para soportar mis depresiones, cada vez más frecuentes y largas. A las dos nos juntó el azar; a fuerza de vernos todos los días, nos fuimos acostumbrando la una a la otra, hasta que se convirtió en necesidad el hablarnos.

Para la época en que escribió estas notas, ya tienes tres niños hermosos que te copan hasta más allá de la coronilla. Nuestras tertulias ahora van y vienen entre panales, biberones y conservas de vegetales. Eres una madre excelente si se te compara con mi trunco instinto materno que se acentúa aún más al verte tan imbuida en ese mundo, tan experta en los quehaceres; tan lejos de la página, ahora salpicada de berrinches. El deseo de seguir sola se me acrecienta. No me concibo en la desgracia de que una bola grande comience a inflarse en mi barriga. ¿Cómo sería yo de madre? Imagino a los niños llorando, tirando mi falda y yo con un cuaderno en el aire tratando de apuntar alguna idea para que no se escape. Desde ya, me siento culpable por todo lo que mi desastrosa condición de depresiva les irá dejando.

En cierto modo, mi amistad contigo, es sólo una pose cómoda. Cuando la gran sombra llega, provocándome este frio inexplicable que hace sudar las paredes de la casa (las cuales abren sus fauces queriéndome tragar, o gritándome, vete, vete), tomo el camino hacia ti; voy a buscar el calor, la risa alborotada que me reconforta. Y tú siempre esperándome, creo que te gusta cuando te utilizo, que también necesitas que venga con mi retahíla de locuras a extenderlas sobre tu día. Nos pasamos un hilo que va y viene entre los dedos –que si no aguantas más a José, que si es prácticamente imposible mantener un matrimonio donde sólo se sostiene una parte, porque la otra se ha volado hacia un mundo desconocido, una galaxia donde la cordura no existe. Que si te molesta en la cama donde quieres darte vueltas sin tropezar con otro cuerpo pero, que al mismo tiempo, a fuerza de costumbre, no puedes dormir sin su calor. Que si ahora te ha dado por soñar que le haces el amor a otras mujeres, las cuales, a su vez, les hacen cosquillas a unos hombres vestidos de blanco que comienzan a abrir tu vientre con unos bisturíes que terminan en cabeza de serpiente y te extraen todo tipo de objetos: cepillos para el pelo, largas trenzas como las que tejes día a día a tus hijas, calzoncillos sucios de José, escobas, ollas sucias de arroz y habichuelas, montones de libros con paginas ensangrentadas que despiden el mismo olor de ese líquido que te sale poco antes de parir.

Al final del sueño, una hilera de cucarachas baja desde el techo hasta la cama, y te andan por todo el cuerpo, cosquilleándote se pegan a tus pezones, las patitas ruedan juguetonas en las aureolas; después bajan ceremoniosas hasta las entrepiernas y comienzan a arrancar uno a uno los vellos del pubis y a comérselos, volviéndose gordas, como si las inflaran con aire. Una vez alcanzado el tamaño de una paloma, se insertan en tu vulva; juras sentir la carne rompiéndose, crujiendo como cuando se muerde un melón de los verdes. Afirmas que una mezcla de placer y dolor te obligan a gritar desaforadamente, hasta que José te sacude asustado de que hayas vuelto loca. A veces te veo tan angustiada que pienso vas a quebrarte como cristal. En ese momento es que más me fascina tu modo de desenroscar el hilo. Tu desesperación es mi alimento. La realidad y la ficción, el caos, engordan las páginas de mis libros; por eso vengo a buscarte en esta esquina de la casa donde nos perdemos la una en la otra.

9 de junio cerca de Naugatuck

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