Y vio Dios que era bueno. Aunque dijo...


Fernando Ureña Rib





















El Salón de las ideas
Versículos Apócrifos
Cuento

Fernando Urena Rib

Y aconteció que se reunieron las grandes potestades celestiales y los ángeles a cargo de la creación del intrincado diseño biológico del hombre, y acudieron urgentes ante la mismísima presencia de Dios.

Le pidieron, con sumo respeto e insistencia, que les liberara de las complejas tareas de diseñar al hombre. Arguyeron que se sentían extenuados y abatidos. Que no encontraban salida alguna a muchos problemas de orden matemático, físico, químico y trigonométrico implicados en las tareas que Dios les había encomendado. Dijeron: "Las tablas de logaritmos se nos resisten, adorado Dios."

Infirieron además que les era imposible hacer coincidir el sistema linfático con el endocrino y el sistema hormonal. Que los vasos capilares anegaban las ramificaciones nerviosas y se producían cortos circuitos y que la piel, el órgano más extenso del cuerpo, resultaba demasiado sensible y anhelante y que intervenía de manera ostensible en el sistema de reproducción humana.

Y dispuso Dios que se abrieran las compuertas del Salón de las Ideas e instó Dios a que se internaran aquellas deidades durante un tiempo prolongado en los ámbitos más profundos de ese prodigioso salón. Y fueron abiertas las compuertas del gran salón celestial. Y se encerraron allí las deidades celestes asignadas. Contrario a lo que ellos imaginaron, esta era una habitación oscura, sin sonido, que les obligaba a cerrar los ojos, permanecer inmóviles y a escucharse a sí mismos.

Durante un tiempo indeterminado permanecieron allí, en silencio, las deidades celestes, hasta que fueron descubriendo que desde aquella oscuridad rotunda iban llegando tímidamente las ideas. Venían de todos los colores, azules, verdes amarillas; y de todas las formas, oblongas, aciculares, piciformes.

Durante mucho tiempo jugaron las deidades celestes con las ideas, manipulándolas, deshaciéndolas, mezclándolas, devorándolas, bebiéndolas. Cuando las deidades salieron finalmente a la luz, la presencia divina les cegó. No lograban siquiera articular palabras, aunque se sentían ligeros y ágiles y flotaban en el universo con una energía que hasta entonces les había sido desconocida.

Y los asignó Dios de nuevo a las tareas del diseño y creación de la especie humana. Unos se ocupaban con gran eficiencia de los códigos genéticos, otros de la irrigación sanguínea, del sistema respiratorio, de la inteligencia humana y así por el estilo. Al cabo de unos pocos milenios, el hombre había sido creado a la perfección.

Y vio Dios que era bueno. Aunque dijo de inmediato: “Esperen. Falta algo todavía.”

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