En el horizonte se encendieron las luces del obelisco de Luxor...


Fernando Ureña Rib

















La edad de la ira


Fernando Ureña Rib

Son casi las nueve de la noche y las sombras se apresuran a envolver la iglesia de la Magdalena. Sigo una luz temblorosa al final de las arcadas, atravieso un oscuro corredor que se extiende al amparo de enormes columnas y camino hacia la fuente de aquella luz. Tras una pesada puerta entreabierta, de rodillas frente al altar iluminado hay un monje joven que eleva a Dios sus plegarias con un murmullo apenas perceptible.

Me siento en un banco duro y le observo desde el fondo de la capilla solitaria a esperar que concluya su letanía. Luego de un largo silencio se levantó y notó mi presencia. Tomó uno de los cirios en su mano, apagó los demás y me acompañó hasta la puerta de salida. Cerró la pesada puerta tras sí y me condujo hasta las escalinatas de la entrada. En el horizonte se encendieron las luces del obelisco de Luxor, en la Plaza de la Concordia, que se resistía a ser tragado por las sombras. Rompí el silencio impuesto por la austeridad de aquellos muros:

- ¿Es posible conocer el motivo de sus oraciones?
- Tenemos instrucciones de orar por la paz en el mundo.
- Ese es un ruego antiguo. Si Dios no lo concede, parece que no es su voluntad.
- Nunca logramos saber cuál es la voluntad de Dios, ni por qué permite ciertas cosas.
- Pero hoy hay más disputas, guerras y conflictos que nunca antes.
- Parece que le interesan tanto la religión como la historia.
- La historia es un recuento subjetivo de los hechos. Quizás por eso no tenga mucho sentido esto de mezclar a Dios, las religiones y la guerra.
- La humanidad atraviesa siempre por períodos de crisis. Es una forma de probar nuestra fortaleza y nuestra fe. También hay períodos de paz, de modo que es conveniente orar por ellos.
- Los historiadores inventaron eso de la periodización. Hubo tiempos de paz. El siglo de Pericles, El siglo de las Luces, La Edad de Oro o la Belle Epoque, el Renacimiento y así por el estilo. Aunque también entonces la paz se sostenía a sangre y fuego.
- ¿Cómo le llamaría usted a esta era angustiosa y convulsa que vivimos?
- La edad de la ira, simplemente.

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