Las mujeres damos placer para encontrar amor...


Fernando Ureña Rib





















Carnada
Cuento

Fernando Urena Rib

Caminaba yo por Madrid alguna noche. Los faroles y las plazas se balanceaban torpemente entre la multitud. Podía haber caminado algunas cuadras hasta mi hotel cerca de la Gran Vía, pero una tasca ruidosa se interpuso. Servían tapas de la Coruña. Me detuve a la entrada. Era el mar, sin duda, aquello que me halaba. Es imposible resistir el mar, me dije. El pescado era fresco, el orujo cargado de aromas, delicioso. Y los pulpos se ofrecían al paladar como carnadas. Como no advertí garfio alguno, me senté en un rincón desde donde podía divisar la concurrencia.

Cerca de la barra una joven mujer me miraba con desprecio. Yo, con insistencia. Me acerqué y la invité: «Todo lo que te apetezca te lo doy». Ella ablandó su mirada y pidió una sopa de mariscos. Era invierno y el de Madrid convoca todos los fríos del mundo, que se disputan tus coyunturas, tus huesos, nervios y ligamentos. «El frío y la soledad no van bien juntos», le dije.

No dejé de mirarla mientras sorbía. Entonces empecé a mirar sus labios, saboreando con ella cada cucharada como si hubiera sufrido alguna transubstanciación. «¿Quién eres tú?» Me preguntó después del último sorbo. «El día que yo lo descubra seré feliz», le dije sin pensar.

«Parece que llevas un dolor». «¿No todos lo llevamos?» «Sí, mayores o menores. Pero el tuyo es muy grande». Se encerró conmigo en aquel hotel, cerca de la Gran Vía y la noche se le fue tratando de deshilvanar uno a uno mis misterios. Antes de partir, cuando todo había terminado, me dijo con tristeza algo que no comprendo del todo sino como la gran carnada de la vida: «Las mujeres damos placer para encontrar amor. Los hombres dan amor para encontrar placer».

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