Solución a problemas de la Feria del Libro


Sélvido Candelaria

















Sélvido Candelaria está
de acuerdo con Clodomiro

La crítica, en su vertiente constructiva, es indispensable para el fortalecimiento de los procesos de desarrollo, en cualquier país del mundo. Aceptar esas críticas y tratar de mejorar lo criticado es un deber ineludible de las personas que dirigen las instituciones que lideran esos procesos. Ahora bien, cuando la crítica se hace por el simple motivo de producir ronchas (de "joder el parto", como se diría en buen dominicano) o por motivos de inquina personal, su misma vacuidad inclina a desoírla. Y esto es más peligroso de lo que, quienes generan esas críticas, puedan imaginarse. Sí, porque se promueve con ello una indiferencia que tiende a causar inmunidad en esos dirigentes. Entonces pagan “justos por pecadores”.

Esto viene a propósito de las innúmeras objeciones que se le han venido haciendo a la Feria Internacional del Libro año tras año y que, en esta ocasión, quizás por el incentivo que presenta la proximidad de unas elecciones presidenciales, se notan con injustificada virulencia. Es verdad que la Feria adolece todavía de muchas fallas, pero esto no debe ser óbice para que se reconozca el gran aporte que se ha hecho a la cultura dominicana a través de ella. No creo que haya alguien en capacidad de rebatir, razonablemente, que la necesaria promoción y difusión del libro en nuestro país pueda contar con un instrumento más idóneo para lograr esos propósitos.

Por eso creo improcedentes las tan difundidas observaciones a la oferta de comestibles en el recinto ferial. Me parece que quienes han hecho esos señalamientos se encuentran entre los amargados. Que se cuestione el procedimiento para adjudicar los espacios, podría tener validez si alguien demuestra que fue marginado; pero que se hable de “incompatibilidad” entre vender libros y comida es simplemente desconocer las necesidades humanas en sus más elementales manifestaciones. Es también, desconocer cómo funcionan las ferias más importantes del mundo. Por ejemplo. En la Feria nuestra, regularmente se establecen tres áreas para vender comidas. En la de Guadalajara, México, hay 8 y en la de Buenos Aires, con 38 ediciones y la mayor tradición editorial de Hispanoamérica, 7. Y la diferencia entre el público que asiste a ellas no es tan significativa, si tomamos en cuenta los habitantes de los centros urbanos y la población general de los países donde se desarrollan.

Cambia la cosa cuando se externan críticas como la presentada por Clodomiro Moquete. Su queja (y la de muchos, yo incluido) es la notoria ausencia de público en algunas conferencias, pero él aporta inmediatamente una solución que me parece lúcida y de fácil aplicación.

“Puede ser corregido -dice el veterano y agudo periodista- porque hay formas de contratar públicos, por ejemplo, mediante acuerdos con universidades para que determinadas actividades sean coordinadas con profesores que pongan a sus estudiantes el tema a tratar como parte de su clase.

“Ello incluso sería una actividad que enlazaría muy bien la Feria con la academia universitaria y sería un motor de creación de empleo. Se nombrarían coordinadores por área, de modo que si un fulano de un país extranjero viene a ofrecer una conferencia acerca de un problema de la biología, los estudiantes de biología de tal universidad tendrían que venir a escuchar, recoger información que se prepare, entrevistar al fulano biólogo extranjero y ofrecer luego el informe en clase al profesor. Páguesele un incentivo al coordinador del área de ciencias naturales, al profesor, lléguese a un acuerdo con la unidad académica correspondiente, bríndele un refrigerio a los estudiantes, llene el salón de personas adultas, estudiantes universitarios, profesores universitarios”.

Esto sí contribuye. Y las autoridades deberían ponerle atención.

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4 de mayo 2012

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