Uno de los ancianos trató de incorporarse para responder, pero el reumatismo...


Fernando Ureña Rib





















Reflexiones divinas
Cuento

Fernando Ureña Rib

El tiempo, que era verde, se fue tornando amarillo radiante, rojo y luego siena hasta que se ennegreció completamente sobre el azogue del lago vítreo alrededor del cual se reclinaban las potestades celestiales.

«¡Ya existe el pecado!» Exclamó Dios al ver la señal, compungido y un poco abrumado por emociones encontradas. «¿Hay alguien de ustedes que pueda definirlo?» «Fácil, Señor Dios, el pecado es la desobediencia», dijo un ángel rubio, gordo y rozagante que se pintaba las uñas de los pies con nácar acrílico, reclinado sobre un colchón de nubes aleatorias. «¡Que alguien defina la desobediencia!» pidió Dios a la concurrencia de la que algunos hubieran preferido disgregarse. «Desobediencia es falta de respeto a la ley y al orden». La voz aflautada provenía de un serafín negro, verdoso y calvo, que estaba tratando de ordenar su trompeta en el mismo talego en el que guardaba las flechas, las saetas y una que otra flauta.

«¡Entonces, ¿Qué es eso de la ley y del orden?!», exigió Dios. Uno de los ancianos trató de incorporarse para responder, pero el reumatismo se le había agravado con esto de la humedad en los cúmulos acuosos y tuvo que volver a sentarse. Su voz era un hilo largo, apagado y resquebrajado, apenas perceptible que Dios, sin embargo, escuchó: «¡La Ley eres tú, Oh Dios omnipotente y sabio! ¡La Ley es lo que tú digas, tu palabra!» Otro de los ancianos que logró incorporarse aclaró: «Señor Dios, si tú dices No, es No. Si dices Sí es Sí».

«¡Nada de lo que ustedes dicen es sabio!», reprimió Dios. «Además me crea muy mala prensa y peor imagen pública. ¿Quién piensan ustedes que soy? ¿Un Hugo Chávez cualquiera?» Él lo dijo mirando imágenes que se sucedían vertiginosas en una gigantesca pantalla llamada Futuro, en la que iban apareciendo los acontecimientos que habrían de ocurrir en el mundo luego del advenimiento del pecado. Dios accionó las palancas del gran ordenador y luego de advertir las calamidades y catástrofes que sufrirían la humanidad y el mundo, exclamó con voz de trueno: «¡Vamos, tienen que hacer algo, por algo se les paga!».

«Ese es el problema», saltó Lucifer con la voz chillona de un relámpago, desde el hoyo negro en el que estaba metido, «¡hace eternidades no se nos paga un cobre!» «No importa, tú por ejemplo, vives como un príncipe, Lucifer, e incluso has creado tus propios dominios, en los que no intervengo». «Muchas veces que te he invitado a visitarme, Oh Dios magnífico, y no has mostrado el menor interés». «No hace falta que visite tus predios. Su mala fama los precede. Según veo en estas pantallas tienes en la Tierra toda una red de volcanes y ríos submarinos de fuego conectados, a lo que llamas Averno. Sé de tus laboratorios secretos en el Amazonas y en las selvas colombianas…, y veo que exploras con drogas y otras sustancias venenosas y conozco tus operaciones con la mafia y los carteles, veo a tus secuestradores, a tus terroristas, a tus agentes de la CIA. Todos se dan la mano y alargan el puñal. Eres astuto, pero estás en un error. La corrupción no es el camino». Sentenció Dios, callándole la boca.

«¡En fin, debe haber alguna otra solución, inventen algo, la democracia, los parlamentos, que los hombres lleguen a acuerdos razonables para zanjar sus disputas en vez de estar matándose en esas carnicerías espantosas llamadas guerras!» «Bien, crearemos la democracia a sabiendas de que no funciona, Señor Dios, confusiona…, más bien», irrumpió de nuevo el príncipe maligno encendiendo un Habano que el propio Fidel le había regalado, luego de que Lucifer le salvara la vida por enésima vez.

El serafín verdinegro y calvo contempló la escena y se fue, trompeta en boca, hundiéndose en el firmamento con una nota alta de blues que resonó durante largo rato en todo el Universo. Dios previó el Jazz en la gran pantalla del futuro y se sintió calmado. «El arte, dijo, será el único alivio humano». «Uhm… ¿No serán acaso la religión, la filosofía y la fe las cosas que ayudarán al hombre a encontrar el camino de regreso a ti, Señor Dios?» La pregunta provino de una de las Potestades del Infinito.

«No. El arte acerca y asemeja a los hombres a mí». Dios reflexionó entonces que aunque la religión, la fe y la filosofía eran buenas en sí, habrían de estimular las divisiones y las guerras. El hombre que mira en una sola dirección y cree que esto le salvará ha caído en una trampa siniestra, en una especie de ceguera obnubilar. Es por eso que veo tantas guerras en el mundo, todos creen poseer la verdad y para demostrarlo se baten en forma inmisericorde y sin sentido».

«El problema es que aquí en la Eternidad nos es posible ver simultáneamente el presente, el pasado y el porvenir y eso nos aburre terriblemente, Señor Dios. Ya sabemos el final de la película, y quién ganará las guerras galas en Alexia, y quién tal o cual partida de ajedrez o de fútbol y en qué parará el asunto de los Balcanes. En Indochina o en Babilonia, es decir, en Irak, la historia se repite. Lo sabemos todo. Solo cambian los protagonistas». Esto lo dijo el ángel rubio, gordo y rozagante que en este momento se ponía un humectante en los labios y cambiaba de peluca, colocándose el manto romano de Adriano el emperador. «El destino debe continuar siendo algo secreto para todos nosotros, Dios grandioso, o el juego no tiene sentido». Concluyó.

«Ignorar el futuro implica una deliberada renuncia a la divinidad, es decir, un suicidio. Recuerda, emperador y poeta: Ciertas restricciones aplican».

«Dios es muy divertido, ¿sabes?» le comentó un ángel epicúreo a otro sibarita mientras ambos se zambullían gozosos en el lago vítreo. «Algunos lo ven rígido e impenetrable, pero mira cómo Él disfruta más que nadie de todas las cosas, es abierto, generoso, tolerante y flexible, sin dejar de ser juicioso. ¡Ay! ¡Ojalá que los humanos fueran así…, como Él se lo propuso originalmente al crearlos y se esforzaran en aquello tan hermoso y significativo de ser «a la imagen y semejanza de Dios».

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