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Las Vírgenes de Galindo

Uno de crímenes más horrendos, crueles y tristes ocurridos durante la Ocupación Haitiana, entre 1822 y 1844, fue sin duda la violación y asesinato de tres niñas en el sector de Galindo, hoy Villa Francisca, que entonces estaba fuera de la amurallada ciudad de Santo Domingo. Más de un autor ha referido el hecho. Gabriel Moquete ha escrito un interesante libro en que narra en décimas la historia dominicana, una obra que sin duda de ninguna clase será un gran aporte literario e histórico y que estamos a la espera de que se publique. Gabriel nos ha ofrecido gentilmente su narración del conocido episodio de Las Vírgenes de Galindo y aquí la insertamos.

GABRIEL MOQUETE

En época de Boyer,
cuando la dominacion
de Haiti sobre la nacion
sucedió este acto tan cruel.
En aquel lejano ayer,
Galindo era un litoral
proximo a la capital
(entonces amurallada)
donde hoy está la barriada
Mejoramiento Social.

Su finca en aquel lugar
Andrés Andújar tenía,
un señor que allí vivía,
en su entorno familiar.
Un tupido guayabal
de sombras cubría el ambiente,
una ligera pendiente
se desliza hacia el Ozama,
allí un becerrillo brama,
¡canta la brisa sonriente!

Allí vivía don Andrés
con sus tres hijas hermosas,
eran en verdad tres rosas
llenas de amor y de fe.
Despertaba el interés
Águeda, linda y jovial,
era como un manantial
de belleza y de ternura,
desbordaba gracia pura
su belleza natural.

Las otras dos hermanitas
siete y ocho años tenían,
Ana y Mercedes, serían
también dos niñas bonitas.
De madre eran huerfanitas,
y tenían de compañía
a una esclava que tenía
en su finca don Andrés,
también había un mozo que,
de mayordomo servía.

A don Andrés le gustaba
mucho las peleas de gallos
y en su brioso caballo
a la gallera marchaba.
A las tres hijas dejaba
en el apartado lar
y se marchaba a jugar
sin importarle el regreso,
que mucho después del rezo
sabía a veces retornar.

La gente le aconcejaba
sus hijas no dejar solas,
Don Andrés, aquellas bolas,
no hacía caso, y las pifiaba.
Quien más consejos le daba
era Jacinta cabral,
una mujer muy cordial
que a sus hijas recibía
cuando a veces la traía
con él a la capital.

Cuentan que un sargento haitiano
que a las niñas observaba
una acción brutal tramaba
junto a un mal dominicano.
Los dos, para el fin malsano
a otros cómplices buscaron,
a Don Andrés acecharon
una noche a su regreso
y con felonía en exceso
la vida alli le cegaron.

Las niñas, que al perro oyeron
ladrar con mucha insistencia
se llenaron de impaciencia
y mucho temor tuvieron.
Las tres, acaso creyeron
que los ladridos del can
no era mas que un ademán
en esa forma expresado
con un amo, que a su lado,
siempre servia de edecán.

Mientras tanto, los bandidos
en aquella noche oscura
siguen su plan de locura
firmemente decididos.
Después de haber abatdido
a Don Andrés al llegar,
se lanzan a realizar
la trama salvaje y ruin,
al diabolico festin
se marchan a consumar.

La puerta de talanquera
que de la finca es entrada
es agilmente volada
como una debil frontera.
Ya la familia se entera
de que existe algo anormal,
la esclava sale al portal
y las tres niñas también,
notando como un rehén
al mozuelo mayoral.

Aunque la luz es escasa
notan a los malhechores
y aturdidas de temores
se encierran dentro la casa;
pero el intento fracasa
porque el mozo, presionado
hace creer que ha llegado
a la casa Don Andrés,
y todas con interés
acuden ante el llamado.

El sargento haitiano agarra
a Águeda en un rincón
y de jalón en jalón
su vestimenta desgarra.
Viola la virgen, y embarra
su cuerpo en sangre y sudor,
allí todo el rededor
de panico se llenó,
el ámbito se cubrió
todo de angustia y terror.

¡Las tres vírgenes violadas,
era una profanación
que recibia la nación
por ellas representada.
¡Nuestra dignidad burlada!
¡Herida su intimidad!,
un disparo que en verdad
causa un horrible dolor
aunque alienta con ardor
las ansias de libertad.

Las tres niñas mutiladas
en un crimen espantoso
fueron tiradas a un pozo,
¡disimulacion forzada!
La sangre alli derramada
tenía que delatarlos,
testigo para contarlo
fue quizas el mismo viento
que hizo llegar los lamentos
hasta el barrio de San Carlos.

Todo quedó al descubierto,
pero el Ejército Haitiano
para encubrir sus paisanos
pescó en aquel río revuelto.
En un juicio dizque abierto,
pero en verdad sin sentido,
presentó allí tres bandidos,
¡gran abuso de poder,
ninguno tenía que ver
con lo que habia sucedido!

De angustia la patria ardía.
Aquel hecho demostraba
cómo el país se encontraba
y a qué nivel se vivia.
Pero aun así, día a día
este país noble y lindo
siempre alertó: ¡no me rindo!
Y en un febrero de acción
sirvieron de redención
¡Las Virgenes de Galindo!

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