Ella derramó agua sobre el fuego y la pequeña habitación se llenó de un humo asfixiante
Fernando Ureña Rib |
Cuento
El humo del olvido
Fernando Ureña Rib
En un traspatio de la calle Álvaro Garabito vivía una bruja muy mentada por lo efectivo de sus trabajos con hierbas y plantas curativas y venenosas La curiosidad me devoraba y quería ir a verla, hacerle mil preguntas sobre el amor y mi vida, que apenas empezaba.
Caminé tembloroso por unos estrechos pasadizos. Sobre la desvencijada puerta de su humilde morada había un letrero que prometía curar el asma, las enfermedades de los nervios, el mal de amores y el padrejón. ¿Qué tienes?, me preguntó. Mal de amores, le dije.
Era una señora mayor, de aspecto bonachón. Me miró de arriba abajo, me tomó de la mano y me acercó a ella. Olió mi cuello, tomó mi cabeza entre sus manos y luego de mirarme fijamente me ordenó: Siéntate. Me empujó a una silla de guano y se fue a un rincón a quemar unas hojas, echando a un fogón pequeños trozos de madera que iba seleccionando y que despedían al quemarse un olor penetrante.
Luego ella derramó agua sobre el fuego y la pequeña habitación se llenó de un humo asfixiante. Mis ojos irritados lloraron mucho durante instantes que me parecieron eternos. Yo estaba sofocado, pero ella me pasaba la mano por la cabeza y parece que me dormí, soñando con aquella muchacha hermosa que se adueñaba de mis noches y que me hundía en insomnios placenteros y dolorosos.
Al despertar, tanto el pequeño cuarto como mi mente, estaban despejados. Ella me dijo, vete. Ya estás curado. Y efectivamente, jamás volví a recordar ni el nombre ni el rostro de aquella enamorada. Muchas veces después necesité de aquel humo del olvido y fui a buscar aquella buena bruja, que al parecer, murió con sus secretos.