No por un simple olvido, sino por un motivo de confianza casi familiar...
Manuel Mora Serrano |
Visiones de la literatura
Nuestro aclamado cuentista, Pedro Camilo, en adición al discurso que leyó en el acto en que se denominó una calle del parque de la Feria del Libro con su nombre, acaba de publicar otro texto que agrega a su Visiones de la literatura y que apareció ayer mismito en la página del grupo Ruicala de Facebook. Por considerarlo interesante, y sin su permiso, nos permitimos insertarlo aquí. No hay que decir más sino invitar a la lectura.
Mora Serrano y el Grupo Literario del Cibao
Por Pedro Camilo
Cuando escribí las palabras para agradecer el reconocimiento que me hizo el Ministerio de Cultura, el viernes 4 de mayo de 2012, cité algunas personas que me ayudaron en mi aprendizaje como cuentista, pero no mencioné a un escritor ni a un grupo literario que sí fueron relevantes en ese proceso de formación; sin embargo, este descuido no fue una ingratitud –no suelo albergar esta cizaña en mi corazón-: se trató más bien, de una distracción motivada, tal vez, por la discriminación temática que usé al elaborar el discurso, pero sobre todo, se debió a una razón sentimental que al final explicaré.
La persona a la que me refiero es Manuel Mora Serrano, poeta, narrador y ensayista de San Francisco de Macorís, cabeza que fue del Grupo Literario del Cibao, entidad cultural que no sólo me acogió a mí como uno de sus miembros, sino también a la escritora Emelda Ramos, siendo nosotros los representantes de Salcedo, en una de las etapas que vivió el referido grupo.
Si en las palabras de agradecimiento no hice alusión a Mora Serrano ni al Grupo Literario del Cibao, en cambio, en la tertulia llevada a cabo ese mismo día en el pabellón del «Escritor Dominicano», con el Taller Literario «Triple Llama», de Moca, sentí la satisfacción de expresar que, entre otros privilegios, había tenido la suerte de conocer la lírica reflexiva de Rainer Maria Rilke, gracias al poeta Cayo Claudio Espinal, uno de los miembros del grupo; y dije también, que pude analizar las narrativas existencialistas de César Pavese y Juan Carlos Onetti, gracias a las lecturas recomendadas por el cuentista Rafael Eduardo Castillo, representante de Licey al Medio ante el mencionado grupo.
Sin embargo, en esa ocasión no revelé lo más importante: que sin el estímulo de Mora Serrano, a través de sus artículos en el Listín Diario, yo no hubiera experimentado la vanidad que, en el inicio, me hizo escribir cuentos a pesar de las múltiples tareas que mi profesión de médico me exigía; y que, asimismo, y más tarde, sin los acicates del autor de «Goeiza» tampoco yo hubiera tenido el coraje –ya no la vanidad- para empeñarme en leer algunos de los escritores que me sugerían el propio Mora Serrano y don Alberto Malagón, profesor de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD.
En Striptease, un artículo escrito en el año 1994 y publicado en el matutino El Siglo, a propósito del libro de cuentos «Ritual de los amores confusos», yo comenté sobre el apoyo de Mora Serrano y del mencionado grupo literario:
«Así, en los siguientes seis años, proseguí leyendo los libros recomendados no sólo por don Alberto Malagón, sino también aquellos que me señalaban Manuel Mora Serrano y Bruno Rosario Candelier, entonces cabezas del Grupo Literario del Cibao. Durante ese tiempo escribí numerosos relatos y sólo uno de ellos, ‘Lluvia que cae después de la duermevela’, escapó de la inexorable purga de aquellos días».
Debo confesar que la referida narración surgió a partir del fino temblor de un verso de Rilke –«…la soledad llueve en horas indecisas…»-, sí, de ese mismo Rilke que me recomendó don Alberto y que conocí mejor en las interminables tertulias con Julio Adames, Emelda Ramos, Pedro José Gris, Manuel Mora Serrano, Francisco Nolasco Cordero, Bruno Rosario Candelier y Pedro Antonio Valdez, entre otros.
Ahora bien, los mayores incentivos me los brindó Mora Serrano cuando me visitaba en Cuesta Barrosa o en Palo Amarillo, junto con Freddy Gatón Arce, José Enrique García, Rafael Eduardo Castillo y Pedro Pompeyo Rosario, entre otros: ciertamente, era un apoyo tácito al cuentista que hacía el esfuerzo por aprender un oficio tan arduo, pero de igual forma, era un aliento al hombre que trabajaba como médico para poder sobrevivir, curando o aliviando a pacientes pobres en humildes consultorios de campos y pueblos olvidados.
Si ahora escribo estas palabras es porque siento la obligación de explicarles a Mora Serrano y a los que integraron el Grupo Literario del Cibao, que básicamente mencioné a los que estimularon los temas que ahora reconozco en mis cuentos: el humor, gracias a Cabrera Infante y a James Joyce; el manejo de los mitos, gracias a las orientaciones de Bruno Rosario Candelier; y finalmente, el erotismo, gracias a esa memorable lectura del monólogo interior de Molly Bloom, en el Ulises del propio James Joyce.
Además de esta visión temática, creo que también obró algo que tiene que ver con los sentimientos; quizás, el párrafo de Manuel Mora Serrano y el Grupo Literario del Cibao quedó en el tintero, no por un simple olvido, sino por un motivo de confianza casi familiar: así como se deja el nombre del padre que nos dio la vida, en el momento mismo de pronunciar las gratitudes, así omití los nombres de Mora Serrano y del grupo literario, por estimar que era una obviedad reconocer a una persona y a una entidad cultural que siempre han estado dentro de mi corazón.
Santo Domingo, República Dominicana
26 de mayo de 2012
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