pelirrojo, con aspecto de estrella pornográfica, arengó la orquesta...





















Conciertos de cuerdas por la paz del mundo
Cuento

Fernando Ureña Rib


Violines y cuerdas iban llegando a Ulán Bator desde todas partes del mundo. Entre los músicos estaban los mejores cítaras, guitarras y laúdes. Los arpas, contrabajos, balalaikas y ukeleles, que al principio hicieron notar su ausencia, fueron también llegando y se reunían con los tiples colombianos y los cuatros venezolanos, en derredor de un gran piano de cola y compartían gozosamente. Por supuesto, vinieron numerosos virtuosos que tocaban los lamentos del Erhu, un violín chino de dos cuerdas hecho de madera de sándalo y piel de serpientes.

La intención era salvar el mundo. Cada cierto tiempo aparece alguien enarbolando novedosas ideas de salvación y con ellas pretende evitar una conflagración mundial, el caos final o librarnos de alguna catástrofe inminente que amenace el planeta y la especie humana. El templo elegido para el gran evento, cuna del gran conquistador mongol Gengis Kahn, tenía todos los visos de la perfección.

El director de la orquesta, un hombre alto, fornido y pelirrojo, con aspecto de estrella pornográfica, arengó la orquesta de manera triunfante en todas las lenguas que conocía, que eran muchas. Pidió silencio. Un monje budista del Palacio de Invierno dirigió una meditación, sonaron gongs y luego se indujo a los músicos a hacer los ejercicios de respiración.

Hubo un momento en el que quien quisiera podía decir una oración y tendría un minuto y un micrófono para hacerla a través de los altoparlantes. Se levantaron sabios y maestros del rebab, de la sirinda y de la vihuela y dijeron oraciones en hindú, en persa y en ladino. Las oraciones pedían con urgencia la paz del mundo. Al concluir las oraciones, se distribuyeron las partituras.

El director pidió al primer violín un La para afinar la orquesta. Fue imposible. Durante horas no hubo manera de ponerlos de acuerdo y los instrumentos, de tan variada especie, se resistían a alcanzar los 440 Hz requeridos por el director. Hubo discusiones violentas, altercados, se levantaron voces y algunos músicos amenazaban con el brazo, sacudían los arcos y gritaban acalorados. El director, abrumado, ordenó que se formaran grupos de trabajo, de acuerdo a las regiones, religiones y culturas de procedencia. Pero entre esos grupos hubo batallas campales, se halaban por el frac y las levitas y se decían insultos y denuestos.

«¡Es un simple La! ¡Es un simple La!» Gritaba el director desesperado. Pero nadie le oía. Enloquecido por el ruido estruendoso de la orquesta revuelta tiró por los aires su batuta, amarró con una cuerda su abundante cabellera roja y desapareció por las escalerillas laterales. Nadie sabe si se suicidó o si se escondió de nuevo en los oscuros laberintos de sus rentables negocios en la industria pornográfica, a los cuales se dedicó para conseguir los dineros del concierto. Lo que sí sabemos es que jamás se pudo tocar ni oír su maravilloso Concierto de cuerdas por la paz del mundo.

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