solo para informarles que el aceite que ustedes se acaban de untar...
Fernando Ureña Rib |
Aceite de tortuga
Cuento
Fernando Ureña Rib
Los cazadores de tortugas llegaron temprano a la ensenada de la playa donde ovábamos, y aunque habían bebido mucho la noche anterior, hallaron fuerzas en la idea de desayunar con huevas crudas y quitarse la resaca con el ron que les quedaba, que todavía era mucho. Eran siete hombres armados con redes, filtros, exprimidores, cuchillos y ballestas. Tendrían entre treinta y cuarenta años. Lucían fuertes, el pelo ensortijado pero sucio, sin afeitar y su aspecto no le gustó para nada a Papá Carey quien se ocupó en organizar las tropas, arengarlas y trazar una estrategia de defensa.
«Los dejaremos comerse los huevos y tomarse todo el ron. Tú, sin embargo, te ocuparás de robar las redes, tú los cuchillos y tú las ballestas. Las hembras buscarán los filtros y exprimidores». Reían mucho y bromeaban entre sí aquellos hombres como, si el mundo les perteneciera. Nosotras incluso les trajimos más ron, porque ellos pensaban hacer de nosotras aceite de tortuga, que según ellos es muy bueno para broncear la piel, para la toz, el reumatismo y aligera la sangre.
Y ligeras sí que teníamos nosotras la sangre, porque antes de que terminaran las botellas que les habíamos traído del colmado, ya estaban atados en las redes que clavamos con las ballestas y los arpones con que nos querían matar. Bueno. Esto es solo para informarles que el aceite que ustedes se acaban de untar en sus cuerpos, en estas hermosas playas, no es precisamente aceite de tortuga, sino el de sus cazadores.