Dejé caer al agua el Arte de la Guerra de Sun Tzu






















Punto cero
Cuento

Fernando Ureña Rib

Tomé mis libros más pesados y los arrojé a la mar. Logré aceptarlo y convencerme gracias al pensamiento de que a los peces también les vendría bien leer un poco sobre las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial.  En ese paquete se fueron los volúmenes de Ricardo Artola, el Atlas de la Guerra de John Keegan y otros muchos que trataban de las estrategias militares y las razones históricas y económicas de la guerra.

Sentí un alivio momentáneo cuando dejé caer al agua el Arte de la Guerra de Sun Tzu, pero volvió mi angustia porque tuve que echar también algunos de mis más preciados tratados de filosofía.  Se fueron a pique, con terrible amargura, Schopenhauer, Kierkegaard, Sartre, Spinoza,  Vico, Ortega y otros sobre filosofías orientales. Casi lloré cuando mi mano dejó caer al agua los estudios comparados de religión, los de filología y el voluminoso estudio de la historia de Arnold Toymbee.  Los tiburones lo devorarán con fruición, me persuadí.

«En busca del tiempo perdido» cayó en el océano sin ruidos. Supuse que se deslizaría sumiso y que como yo, habría de encontrarse algún día con Marcel Proust. Lo había soñado y decidido hacía tiempo: Irme a una isla desierta con mis libros y pasar allí el resto de mis aciagos días. Pero el destino se ensañó contra mí  y en medio de la noche arrojó sobre la barca el más violento temporal. Todo se despedazaba. Al terminar la tormenta, mi barca empezó a hacer aguas e iba hundiéndose inexorablemente.

Amanece y alcanzo a ver la isla que buscaba. He dejado atrás el mundo, sus libros y sus guerras. Empezaré de cero.

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