Es urgente preservar el «Fondo Antiguo»

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Biblioteca Pedro Mir  y el 
patrimonio bibliográfico nacional

Alejandro Paulino Ramos
Historiador y bibliotecario

Cuando me propuse escribir sobre la Biblioteca Pedro Mir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, pensé referirme a los avances tecnológicos y bibliográficos alcanzados por esta institución, con sus cientos de computadoras, las ricas colecciones de libros de textos con que fue inaugurada, ascensores, aires acondicionados, salones de conferencias, cubículos multiusos, colecciones digitales, en fin, la biblioteca central que la familia universitaria merece. También tuve la intención de escribir sobre mi experiencia como bibliotecario, después de permanecer por más de treinta años sirviendo a la comunidad universitaria, desde la Biblioteca Central.

Lo tercero que me llegó a la mente, fue escribir sobre el «Fondo Antiguo» de este centro del conocimiento; pero tratar ese aspecto me llevaba al papel jugado por esa biblioteca universitaria en la preservación de una parte importante del patrimonio bibliográfico nacional. Una historia con altas y bajas, en la que se cometieron errores, produjeron acciones imprudentes, pero también se tomaron medidas, que han sentado las bases para propiciar el salvamento de ricas colecciones de libros dominicanos que son fundamentales para el estudio y para la investigación. Más que los avances tecnológicos y mi paso por esta biblioteca, entendí que tenía más valor hablar sobre la preservación del Fondo Antiguo de la biblioteca de la UASD.

La Biblioteca Pedro Mir tiene una parte de ese tesoro nacional guardado en sus estanterías y archivos, pero casi nadie conoce cuales son esos libros, en qué cantidad y la forma en que se preservan, corriéndose el riesgo de que, de no tomarse medidas, este patrimonio desaparecerá y las futuras generaciones de estudiantes y de dominicanos quedarán imposibilitadas de heredarlo. Parte importante del patrimonio cultural de los dominicanos está constituido por los libros, periódicos, revistas, mapas y fotografías acumulados desde el mismo momento en que Europa comenzó a implantar su cultura en el continente colonizado, y los impresos de aquel largo período inmigraron junto a soldados, sacerdotes y funcionarios.

Desde aquellos tiempos coloniales, una biblioteca fue creada por los Padres Dominicos y perteneció a la Universidad Santo Tomás de Aquino, antecesora de nuestra Universidad Autónoma de Santo Domingo, siendo sus libros destinados principalmente para el estudio del latín, los dogmas religiosos y literatura; pero fue después del establecimiento del Instituto Profesional en 1882 y con la orientación de Eugenio María de Hostos, que en 1884 comenzó a organizarse la biblioteca universitaria. De modo que una parte de las colecciones de libros, periódicos y revistas de la Biblioteca Pedro Mir tienen ya una historia que sobrepasa los 100 años. Más de veinte mil volúmenes adquiridos en todos esos años, se encuentran en el «Fondo Antiguo» de la institución, aunque lamentablemente una parte importante de ellos se ha perdido a lo largo de todos estos años, lo que quiere decir que se nos ha ido perdiendo el patrimonio bibliográfico nacional.

Libros como la primera edición de Ideas del Valor de la Isla Española, y la Descripción de la parte española de la Isla de Santo Domingo, impresos a finales del siglo XVIII, están en los anaqueles de esta biblioteca junto a otros no menos importantes como son las Memorias de la Colonia francesa de Santo Domingo de Ignacio Galá y la mayoría de los libros impresos en el país a partir de 1800, como la famosa Novena a la Virgen de la Altagracia, o los Estatutos de la Universidad de Santo Domingo impreso en 1801, al lado del Diario histórico de Gilbert Guillermin, publicado en 1808, como también el famoso libro de William Walton conocido como el Presente Estado de la colonia española de la isla de Santo Domingo, impreso en 1810, sin dejar de mencionar las primeras ediciones de Historia de Santo Domingo de Delmonte y Tejada, el Compendio de Historia de Santo Domingo de José Gabriel García, o las Notas autobiográficas de Gregorio Luperón, impresos en el siglo XIX;  pero esos libros están, desde hace décadas, en proceso de desaparición debido a las condiciones en que se encuentran.

Por otro lado, un grave error se cometió en diciembre de 1973, cuando profesionales de la bibliotecología que habían regresado graduados desde Colombia y quizás con el fin de convertir la biblioteca en una especializada, decidieron seleccionar de las diferentes colecciones los libros que ellos entendían no podían formar parte de la Biblioteca Central. Miles de libros fueron seleccionados, la mayoría anteriores al siglo XX, y lanzados en los pasillos de la planta baja del Instituto de Anatomía, descartados en el entendido de que eran «libros viejos», además de no ser de textos. Por suerte una parte de ellos fueron rescatados y llevados nuevamente a los anaqueles.

Alejandro Paulino Ramos
Más recientemente, en el interés de inaugurar una biblioteca moderna, alguien entendió que esas colecciones estaban en proceso de deterioro y no debían ser llevadas al edificio nuevo. De hecho, un importante funcionario de la Universidad, llegó a plantear  en el 2003, que se debía dejar las colecciones de «libros viejos» en el antiguo edificio para inaugurar la Pedro Mir con libros de textos y en formato digital. No se tenía una decisión clara de lo que se debía hacer con el patrimonio bibliográfico de la Universidad. Fue en aquellos días que en medio de las noches y durante semanas muchas colecciones fueron casi completamente destruidas y transportadas a verteros de basura.

Ese fondo histórico de la bibliografía nacional, que se ha ido perdiendo poco a poco, estaba constituido en 1918 por 5,500 volúmenes. Esa cantidad se incrementó, pero desgraciadamente el ciclón de San Zenón afectó considerablemente la biblioteca y no fue sino a partir de 1941, con la presencia del doctor Luis Florén Lozano, que esta tomó un nuevo impulso y a falta de biblioteca nacional se le dio categoría de ésta a la Biblioteca Central de la Universidad, lo que permitió el crecimiento de las colecciones.  Para 1950 ya sobrepasaba los 60,000 volúmenes y más de 300 títulos de periódicos y revistas. A finales del siglo XX la Biblioteca tenía un acervo bibliográfico cercano a los 350 mil volúmenes, unos 100 mil folletos y más de  3,000 títulos de periódicos y revistas, repartidos en la Biblioteca Central, las bibliotecas de facultades y Centros Regionales.

En el 2007 llegó la hora de la inauguración de la nueva Biblioteca Central, un hecho sin precedente en la historia de las bibliotecas dominicanas.  Por suerte una parte importante de las colecciones pudieron salvarse antes de ser traída al nuevo edificio, pero lo que va a pasar con el patrimonio cultural que administra la institución todavía no está del todo claro. Parece que sigue primando el criterio del pasado, en el que no se daba importancia a las colecciones anteriores a 1961, olvidándose de la existencia de las carreras de Historia, Filosofía, Sociología, Educación, Derecho, Política, Economía, y todas las del ámbito de las humanidades.

Sin exagerar podemos afirmar que en esta biblioteca no se tiene claro de cuál es el acervo bibliográfico depositado en el «Fondo Antiguo», dónde están ubicados los libros y cómo pueden ser localizados. No existe un estudio de las condiciones en que están las colecciones y por desgracia se hace muy poco para invertir en la conservación y restauración de los fondos bibliográficos y documentales; el área destinada para su conservación acumula altos niveles de calor y de humedad; es evidente la presencia de enemigos peligrosos de los impresos, como son las termitas, los hongos y otras plagas que amenazan las colecciones de los viejos y nuevos materiales bibliográficos. Aunque se hacen esfuerzos sobrehumanos, todavía resultan insuficientes los trabajos de catalogación y clasificación de las colecciones y por demás no existe, ni existió antes, un inventario creíble del acervo bibliográfico. Pienso, sin interés de dañar sino de corregir, que la biblioteca de la Universidad tiene que tomar decisiones de emergencia que resulten definitivas si es que queremos poseer con orgullo una parte importante de lo que está considerado como el patrimonio bibliográfico de los dominicanos.

La Universidad está obligada a fortalecer el proyecto de biblioteca universitaria con sus colecciones especializadas que sirvan de apoyo a los programas académicos, con los libros de textos y de consultas actualizados, y claramente vinculados a los planes de estudios. Pero también está obligada a crear un verdadero centro, recinto para la investigación, para los profesionales de la ciencias sociales y los historiadores, para los profesores y estudiantes de maestrías y doctorados que tenga de base no solo las computadoras con su Internet y las colecciones digitales. Está obligada a organizar el «Fondo Antiguo» y bautizar ese espacio para la investigación con el nombre del Profesor Dato Pagán Perdomo, el director de la biblioteca que más insistió en la organización y preservación de las colecciones que ahora están depositadas en el área a que nos estamos refiriendo.

Lo que hoy existe como espacio para ese Fondo, no puede ser considerado como el sitio ideal para implementar este proyecto: aquel lugar está lleno de polvo, las ventanas ya están deterioradas, el plafón amenazando con caer en algunas áreas, el aire acondicionado casi siempre inservible, el calor y la humedad en limites que resultan peligrosos para los materiales; la colección de mapas apiñadas en rincones, la colección de documentos históricos que pertenecieron y fueron donados por la familia de Tulio Cestero, depositados en cajas de cartón; pocos empleados especializados en el conocimiento bibliotecológico, y en medio de aquella triste escena, uno o dos empelados luchando por rescatar, limpiar y catalogar las colecciones y facilitar algunos servicios a los usuarios. En fin, aquello resulta deprimente y no agradable ni para la lectura y menos para la investigación. La institución está compelida  a tomar medidas o renunciar al tesoro preservado por décadas.

Es imprescindible catalogar los libros, clasificarlos y llevarlos a una base de dato computarizada, de modo que los interesados puedan conocer de su existencia y utilizarlos cuando tengan necesidad de ellos. También es importante formar catálogos impresos que sirvan de referencia para promover el uso de las colecciones señaladas, además de tomar medidas para que esas colecciones sean digitalizadas, de modo que los usuarios utilicen las versiones digitales, mientras los originales pasan a estanterías especiales, lejos del uso y para su conservación. Es importante crear un equipo humano, con conocimientos y dedicación que asuma la tarea de salvar el «Fondo Antiguo» y la urgente designación de un Encargado o Director para esa área de la Biblioteca,  que asuma definitivamente la responsabilidad de dirigir el rescate de la misma.

Los libros, revistas, mapas, documentos y periódicos que están depositados en el «Fondo Antiguo», deben ocupar un espacio apropiado para ello, con tratamientos adecuados y cuidado especial. Con temperatura y humedad controlada, muebles y anaqueles convenientes, y una política vigilante que permita monitorear y controlar las plagas de insectos, y pongan como tarea prioritaria la conservación y restauración de los mismos.  La Pedro Mir es la más importante biblioteca universitaria del país, no solo por los adelantos tecnológicos que muestra, también por la riqueza de sus colecciones. Salvemos su «Fondo Antiguo» como una forma de salvar el patrimonio bibliográfico nacional.

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