El camino de la felicidad es breve




Fernando Ureña Rib

Cuentos

Una escalera grande y otra chiquita

Para subir al cielo se necesita, una escalera grande y otra chiquita… (La Bamba canción tradicional de Veracruz, México.) 

Quieres la salvación, lo sé, por eso estás aquí. Lo primero que tienes que hacer es mirar a los lados, sí, a diestra y siniestra. Luego levanta y gira la cabeza hacia atrás. Hay muchos ahí. Decenas de miles de millones. Entonces álzate y mira hacia adelante. La cifra es innumerable. Todos buscan salvación. No estás en fila, sino agazapado, aguantando empujones, magulladuras y vejaciones en medio de la muchedumbre.

 Lo segundo que sabrás es que la salvación no existe. O no es necesaria. Ya has muerto. No sobreviviste las duras pruebas terrenales y estás aquí, en este lugar incierto, en este limbo inmenso e inescrutable. Dios creó el tiempo, no los calendarios y no sabes cuánto tardará todo, si años, siglos o milenios. No importa ya. El tiempo solo importa cuando eres de carne y hueso y debes punchar tarjetas. Y tu carne y tus huesos hace mucho que fueron pasto de las llamas o alimento de gusanos.

Entonces, ¿cuál es esa salvación que esperas? ¿De qué te has de salvar tu alma si la muerte ha sobrevenido? Del juicio final, dices. Bien, los escrutinios tardan años y siglos por cada individuo. Los abogados celestiales se las ingeniarían para salvarte de una condena denigrante, pero no les interesa. Ellos prefieren los que suben por aquella escalera que ves adelante, en el centro. Es la escalera grande. Pocos la alcanzan, porque se necesita arrojo, denodado vigor y un gran esfuerzo.

La otra escalera, al fondo, es la pequeña, menos ostentosa. No la desprecies por su apariencia. Subes y encuentras allí los fiscales, alguaciles y leguleyos celestiales, con sus togas y birretes raídos, desvencijados. Te harán pasar a los salones y te darán un número de llamada. No lo pierdas, solo lo dan una vez.

Cuando finalmente te llamen, habla lo menos posible. Guarda silencio ante las potestades . Muestra sumisión, reverencia y no trates de impresionarlos. Son los jueces. Eres lo que eres y estás en tu más honda y clara desnudez. Les bastará mirarte para calibrar tu alma. Son benignos, pero sumamente severos si en tu vida anterior golpeaste a tu mujer, la mataste o violaste a tus propios hijos. Si has sido egoísta o avaro, o si has robado el pan de los pobres, si has asesinado inocentes, el castigo será tormentoso y cruel, como si un taladro te horadara las sienes. El veredicto, inapelable, te lo indicarán con una señal. Si te bendicen habrás ganado la gloria, es decir,  la paz. Te enviarán por una senda placentera y llena de luz que conduce al amor, es decir, a Dios.














El pozo de la dicha

Cuento

El camino de la felicidad es breve. Bueno, no. Lo que pasa es que lo encuentras, lo disfrutas intensamente y luego, por alguna razón, aparecen otros caminos que lucen más atractivos y lo pierdes. Se te extravía en medio de una maraña de otros caminos que hay por ahí, sinuosos, furtivos, melosos, melcochosos, engañosos y mortales.

O encuentras con un atrabanco. Siempre hay un atrabanco. Estás feliz. Tú la amas, ella te ama y van ustedes juntos, dichosos, disfrutando cada trecho, cada milésima de piel y de camino. Pero de pronto sobreviene una situación impredecible, inesperada. Puede ser un fuego que devore tu morada, o una tormenta que la destroce, o que sufras una pérdida mayor, como Job. O que te espere un naufragio. Puede que llegue a ti o a ella una enfermedad irremediable, no lo sé. Siempre hay algo o alguien que presiona y acciona contra ti y estás vilipendiado, arruinado, y te sientes inútil.

Puede que surja aquella vecina que afirma la dejaste embarazada, o súbitamente su padre exige anillos, compromisos, papeles legales. O viene el intendente, el general o el banco a reclamar una deuda impagable y pendiente que creció hasta los mismos cielos. ¡Tenga Dios misericordia! Y todo se te pone negro y tienes que volver a reprogramarte, a usar eso que le llaman “logística” o sentido común, para tratar de reencontrar el antojadizo camino de la felicidad.

Y alcanzas a verlo brillando, aleteando, alejándose en medio de aquel vendaval vertiginoso que sumerge tu mundo en la desesperanza, en la desgracia o el olvido. Y piensas que la felicidad que tanto anhelabas la tuviste en las manos y se fue.

Allá navega ella en el caudal del tiempo, río abajo, como tu casa y tu mujer, esa que amabas. Ella levanta un brazo en medio de las olas y sucumbes al llanto y tu pecho estalla de impotencia. Entonces, sin saber cómo, te alcanzan las últimas fuerzas del día y te lanzas airoso al precipicio, al torbellino poderoso. Te domina una fe que hasta entonces era inimaginable y te abalanzas al maremágnum de la tragedia con energía inusitada y allí estás, salvándola, apretando su brazo, subiéndola contigo a una balsa improvisada de cañas y de paja.

Y estás de nuevo junto a ella, flotando como un nenúfar sobre las aguas azules y plácidas de un verso que revolotea en tus labios y que murmuras feliz mientras ella se acerca a los suyos y te besa. Y cuando supones que has reencontrado el camino de la felicidad, ya estás hundido en el insondable pozo de la dicha

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