Es aquella madona de Rafael que te devuelven los siglos...





















Roma Términi
Cuento

Fernando Urena Rib

Has elegido el amor. O el Amor te ha elegido, porque sientes sus dardos en tu pecho e instintivamente pones tu mano sobre el corazón y algo te hace estremecer. Al otro lado del andén está ella, quien también parece suspirar y no aparta de ti su mirada. Levantas la palma de la mano de sobre el corazón y la saludas de lejos con un ademán, luego vuelves a colocarla en tu pecho. Ella sonríe tímida y se encoge de hombros.

Es el amor, te dices. Sabes que el amor exige sacrificios. Tendrías que abandonar la casa de tus padres, tu libertad, los coches de carrera, las extendidas noches de parranda en Trastévere y en los clubes de la Villa Borghese. Ah…, la libertad, tu valor más preciado. Quedarán atrás tus luchas clandestinas de izquierda, las elusivas utopías de la juventud, tus apuestas en la bolsa de valores y tu vida de solterón burgués.

Ella vuelve a levantar hacia ti la mirada. Es aquella madona de Rafael que te devuelven los siglos con su halo sagrado y sensual. Puedes imaginar las líneas de su cuerpo tibio tras el ropaje blanco y tus manos en su piel. Te acercas al foso de los rieles. Ella también. Ahora puedes ver mejor sus ojos y sus rasgos delicados, juveniles.

Le haces otra señal con la mano sobre el pecho y ella responde de igual modo, con alegría. Para llegar a ella tendrías que atravesar los pasos soterrados, subir de tres zancadas las escaleras mecánicas y alcanzarla al final del andén para darle ese abrazo anhelado que esperas desde siglos. Pero los pasos subterráneos están atestados y las escaleras mecánicas repletas de gente que no intenta si quiera moverse. Cuando llegas a su andén, apenas alcanzas a ver su pañuelo blanco ondeando en el tren que se aleja.

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